Hace poco surgió en una conversación con colegas este delicado equilibrio entre la identidad institucional, la identificación y pertenencia con la misma, y la diversidad de estilos, personalidades y criterios de los miembros de tales comunidades.
Entonces, se nos ocurrió pensar en uno de nuestros sentidos, que sin duda despierta la memoria y las emociones: el olfato. Hay olores que nos transportan a lugares y a personas determinadas, a situaciones y recuerdos que están sellados en el alma.
Hay aromas que nos dicen más que cientos de imágenes, lemas y discursos. Cuando llegamos a casa, hay perfumes que nos aguardan. Cuando estamos en un viaje, hay aromas típicos de un lugar y otros que añoramos volver a percibir. En seguida nos podemos dar cuenta de algo rico que nos cocinaron y las emociones positivas nos llenan el alma antes de siquiera probarlo.
La experiencia de las personas en una institución debería parecerse un poco a esto.
¿Cuál es el perfume de nuestra institución? ¿Qué sienten las personas cuando están en ella? ¿Qué extrañan cuando están lejos?
Cada perfume resulta de la combinación de diversas esencias, procesos, ingredientes. Es importante descubrir (y también, decidir!) cuáles son o serán esas notas particulares del propio, para poder replicarlas, y también para detectar quiénes querrán usar ese perfume, quiénes se sentirán a gusto con él. Este perfume puede mejorarse, refinarse, actualizarse, sin perder sus notas esenciales (si sabemos cuáles son).
Los perfumes se regalan, se utilizan para generar ambientes, y un clima que despierte determinadas emociones. La aromaterapia utiliza esto para generar bienestar físico y psicológico. Pensando en esto, hay ambientes humanos e institucionales que favorecen la salud de sus integrantes y el sentido de pertenencia (así como otros que no lo hacen).
Creemos que es importantísimo reflexionar y pensar en estas cuestiones a la hora de fortalecer la identidad de una institución y a la hora de aprender, mejorar e innovar en ellas sin dejar de ser quienes somos.